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4 Transcurridos los tres días de ayuno y oraciones, Ester se quitó sus ropas de penitente y se vistió con un traje de gala.
5 Estando así deslumbrante de belleza, invocó a Dios, que cuida de todos y los salva.
6 Luego salió acompañada de dos de sus damas: una la sostenía suavemente, pues estaba tan débil que apenas podía tenerse en pie;
7 la otra la seguía llevándole la cola de su vestido para que no se arrastrara.
8 Ester iba extraordinariamente bonita; su rostro sonrosado irradiaba ternura, pero su corazón se estremecía de miedo.
9 Después de haber pasado por todas las puertas, se encontró en presencia del rey.
10 Estaba éste sentado en su trono real, aparecía muy respetable, revestido de los ornamentos con que se presentaba en público y resplandeciente de oro y piedras preciosas. Levantando sus ojos, que impresionaban por su seriedad, los fijó en Ester, muy enojado.
11 Al verlo, la reina palideció y, recostando su cabeza en el hombro de su dama, se desmayó. Dios entonces permitió que el corazón del rey se llenara de bondad. Muy asustado, saltó de su asiento y, tomándola en sus brazos para que se reanimara, la consolaba con estas dulces palabras:
12 "¿Qué tienes, Ester? Yo soy tu hermano;
13 quédate tranquila, que no te pasará nada, pues la prohibición no fue hecha para ti. ¡Acércate!"
14 Levantando su bastón de oro lo puso sobre el cuello de Ester, y en seguida la abrazó, diciéndole: "Cuéntame, ¿qué quieres?"
15 Ella le respondió: "Al verte, Señor, me pareció que tú eras un ángel de Dios; mi corazón, entonces, se asustó por el miedo que infunde tu poder. Señor, tú eres maravilloso y tu rostro es encantador."
16 Y mientras hablaba, volvió a desmayarse. El rey estaba muy preocupado y toda su corte trataba de hacerla volver en sí.