< Anterior |
Siguiente > |
1 Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad,
2 y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles.
3 Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?
4 Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.
5 Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron.
6 Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron.
7 Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido.
8 Entonces Pedro le dijo: Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto.
9 Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti.
10 Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido.
11 Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas.
12 Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.
13 De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente.
14 Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres;
15 tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos.
16 Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados.
17 Entonces levantándose el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta de los saduceos, se llenaron de celos;
18 y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública.
19 Mas un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel y sacándolos, dijo:
20 Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida.
21 Habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos.
22 Pero cuando llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron y dieron aviso,
23 diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro.
24 Cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello.
25 Pero viniendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que pusisteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo.
26 Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.
27 Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó,
28 diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre.
29 Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
30 El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero.
31 A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.
32 Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen.
33 Ellos, oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos.
34 Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles,
35 y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres.
36 Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a nada.
37 Después de éste, se levantó Judas el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados.
38 Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá;
39 mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios.
40 Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad.
41 Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre.
42 Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.
1 Otro hombre llamado Ananías, de acuerdo con su esposa Safira, vendió también una propiedad,
2 pero se guardó una parte del dinero, siempre de acuerdo con su esposa; la otra parte la llevó y la entregó a los apóstoles.
3 Pedro le dijo: "Ananías, ¿por qué has dejado que Satanás se apoderara de tu corazón? Te has guardado una parte del dinero; ¿por qué intentas engañar al Espíritu Santo?
4 Podías guardar tu propiedad y, si la vendías, podías también quedarte con todo. ¿Por qué has hecho eso? No has mentido a los hombres, sino a Dios."
5 Al oír Ananías estas palabras, se desplomó y murió. Un gran temor se apoderó de cuantos lo oyeron.
6 Se levantaron los jóvenes, envolvieron su cuerpo y lo llevaron a enterrar.
7 Unas tres horas más tarde llegó la esposa de Ananías, que no sabía nada de lo ocurrido.
8 Pedro le preguntó: "¿Es cierto que vendieron el campo en tal precio?" Ella respondió: "Sí, ese fue el precio."
9 Y Pedro le replicó: "¿Se pusieron, entonces, de acuerdo para desafiar al Espíritu del Señor? Ya están a la puerta los que acaban de enterrar a tu marido y te van a llevar también a ti."
10 Y al instante Safira se desplomó a sus pies y murió. Cuando entraron los jóvenes la hallaron muerta y la llevaron a enterrar junto a su marido.
11 A consecuencia de esto, un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron hablar del hecho.
12 Por obra de los apóstoles se producían en el pueblo muchas señales milagrosas y prodigios. Los creyentes se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón,
13 y nadie de los otros se atrevía a unirse a ellos, pero el pueblo los tenía en gran estima.
14 Más aún, cantidad de hombres y mujeres llegaban a creer en el Señor, aumentando así su número.
15 La gente incluso sacaba a los enfermos a las calles y los colocaba en camas y camillas por donde iba a pasar Pedro, para que por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos.
16 Acudían multitudes de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo a sus enfermos y a personas atormentadas por espíritus malos, y todos eran sanados.
17 El sumo sacerdote y toda su gente, que eran el partido de los saduceos, decidieron actuar en la forma más enérgica.
18 Apresaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública.
19 Pero un ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel durante la noche y los sacó fuera, diciéndoles:
20 "Vayan, hablen en el Templo y anuncien al pueblo el mensaje de vida."
21 Entraron, pues, en el Templo al amanecer, y se pusieron a enseñar. Mientras tanto el sumo sacerdote y sus partidarios reunieron al Sanedrín con todos los ancianos de Israel y enviaron a buscar a los prisioneros a la cárcel.
22 Pero cuando llegaron los guardias no los encontraron en la cárcel. Volvieron a dar la noticia y les dijeron:
23 "Hemos encontrado la cárcel perfectamente cerrada y a los centinelas fuera, en sus puestos, pero al abrir las puertas, no hemos encontrado a nadie dentro."
24 El jefe de la policía del Templo y los jefes de los sacerdotes quedaron desconcertados al oír esto y se preguntaban qué podía haber sucedido.
25 En esto llegó uno que les dijo: "Los hombres que ustedes encarcelaron están ahora en el Templo enseñando al pueblo."
26 El jefe de la guardia fue con sus ayudantes y los trajeron, pero sin violencia, porque tenían miedo de ser apedreados por el pueblo.
27 Los trajeron y los presentaron ante el Consejo. El sumo sacerdote los interrogó diciendo:
28 "Les habíamos advertido y prohibido enseñar en nombre de ése. Pero ahora en Jerusalén no se oye más que la predicación de ustedes, y quieren echarnos la culpa por la muerte de ese hombre."
29 Pedro y los apóstoles respondieron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
30 El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de un madero.
31 Dios lo exaltó y lo puso a su derecha como Jefe y Salvador, para dar a Israel la conversión y el perdón de los pecados.
32 Nosotros somos testigos de esto, y lo es también el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen."
33 Ellos escuchaban rechinando los dientes de rabia y querían matarlos.
34 Entonces se levantó uno de ellos, un fariseo llamado Gamaliel, que era doctor de la Ley y persona muy estimada por todo el pueblo. Mandó que hicieran salir a aquellos hombres durante unos minutos,
35 y empezó a hablar así al Consejo: "Colegas israelitas, no actúen a la ligera con estos hombres.
36 Recuerden que tiempo atrás se presentó un tal Teudas, que pretendía ser un gran personaje y al que se le unieron unos cuatrocientos hombres. Más tarde pereció, sus seguidores se dispersaron, y todo quedó en nada.
37 Tiempo después, en la época del censo, surgió Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí. Pero también éste pereció y todos sus seguidores se dispersaron.
38 Por eso les aconsejo ahora que se olviden de esos hombres y los dejen en paz. Si su proyecto o su actividad es cosa de hombres, se vendrán abajo.
39 Pero si viene de Dios, ustedes no podrán destruirla, y ojalá no estén luchando contra Dios." El Consejo le escuchó
40 y mandaron entrar de nuevo a los apóstoles. Los hicieron azotar y les ordenaron severamente que no volviesen a hablar de Jesús Salvador. Después los dejaron ir.
41 Los apóstoles salieron del Consejo muy contentos por haber sido considerados dignos de sufrir por el Nombre de Jesús.
42 Y durante todo el día no cesaban de enseñar y proclamar a Jesús, el Mesías, ya sea en el Templo o por las casas.