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La Palabra de Dios preservada y viva

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1 Vuelve, Sulamita, vuelve; vuelve, vuelve para contemplarte. El: ¿Por qué miran a la Sulamita, cuando entra con los coros en la danza?

2 Hija de príncipes, qué graciosos son tus pasos con esas sandalias. La curva de tus caderas es un collar hecho por manos de artistas.

3 Tu ombligo es un cántaro donde no falta el vino con especias. Tu vientre es como una pila de trigo,

4 tus dos pechos cervatillos coquetones mellizos de gacela. Tu cuello, como torre de marfil.

5 Tus ojos, las piscinas de Jesbón, junto a la puerta de Bat-Rabím. Tu nariz es la cumbre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco.

6 Tu cabeza se yergue: es el Carmelo, tu cabellera tiene reflejos de púrpura; un rey se halla preso en sus trenzas.

7 ¡Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, en tus delicias!

8 Tu talle se parece a la palmera; tus pechos, a los racimos.

9 Me dije: subiré a la palmera, míos son esos racimos de dátiles. ¡Sean tus pechos como racimos de uvas y tu aliento como perfume de manzanas!

10 ¡Tus palabras sean como vino generoso! Ella: Vaya derecho hacia el amado fluyendo de mis labios.

11 Yo soy para mi amado y su deseo tiende hacia mí.

12 Amado mío, ven, salgamos al campo, pasaremos la noche en los pueblos,

13 de mañana iremos a las viñas; veremos si las parras han brotado, si se abren las flores y florecen los granados. Allí te entregaré todo mi amor.

14 Las mandrágoras exhalan su fragancia. Mira a nuestras puertas esos frutos exquisitos, nuevos y añejos, que guardaba para ti, amado mío.



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